domingo, 24 de enero de 2016

Érase una vez...

(Antes de iniciar la lectura, quiero decir que si de verdad tenéis ganas de leerlo, leedlo. No lo hagáis por compromiso ni mucho menos. Y quiero daros un pequeño consejo: leed los diálogos al revés, es decir, de donde acaban a donde empiezan. A medida que comencéis la lectura, os haréis con la dinámica. Espero que lo disfrutéis).


Érase una vez un cuento al revés, en el que yo no me hallaba y de repente la muerte se despidió de mí dejando así en su rastro una tenue luz blanca que penetraba mis pestañas hasta que después de un rato, por un pequeño instante, chocó contra mis dos ojos. Llantos irradiaban sobre mi tímpano, relojes rompiéndose, causan mi desdén de tiempo, lágrimas subiendo hacia los ojos de gente que no lograba reconocer, poniendo a prueba la gravedad, hasta que me percato del tacto de una mano, que lentamente resbala de la mía.

   En breves morirá. -fue lo único que logré captar-.

El paso del tiempo aligeraba mi visión, reconociendo a cada uno de mi alrededor. La habitación se ensanchaba, junto a mi deseo de quedarme más rato en ella, de hablar a cada componente de este cuarto. Sonrisas esbozaban en rostros dando resultado de aceptación.

   Nunca he dejado de correr por los pasillos tras haber apagado la luz, la oscuridad me da pánico. -añadí preguntándome si había sonado demasiado estúpida-. contando lo que siempre tuve miedo a contar, cualquier anécdota vergonzosa que me hiciera parecer vulgar.


Abrí los ojos y de repente me encontré en una cama, una cama en el que mi cuerpo no se amoldaba. Al abrir los ojos, ellos lo afirmaban: en el hospital me encontraba. Después de esto, pude sentir el estallido golpeando sobre mi cuerpo y el experimento estaba a punto de finalizar, nuestra meta: poder simular lo ocurrido tras el teórico big bang. Los minutos se convertían en horas, mi noción del tiempo había exiliado hacia otra posible galaxia, y entonces mis pies escogieron dar leves golpecitos al suelo, alternando ritmos (pequeño síntoma de desesperación)

   Bueno, ahora sólo quedará esperar, como cada día. -pensé impaciente-.

   ¿Ya está configurado? Madre mía, me asombra la agudeza con la que os habéis despertado hoy, chicos. Buen trabajo. -una sonrisa se posó en mi rostro-.

   Ya está todo listo para poner en marcha el colisionador de hadrones, ¿estás tú lista?

Entregué los resultados, todos entusiasmados se prepararon. Por fin logré vislumbrarlo, la resolución de la incógnita se refugiaba sobre el papel, sentí esa sensación llamada "orgullo de uno mismo". Pude ver las cosas con más claridad, y esa luz se posó sobre mi hemisferio izquierdo que adormecido se encontraba, más adelante, estaba bloqueada y no pude continuar con el problema, y ahí fue cuando entonces escribí el planteamiento del problema antes de haber leído el enunciado unas cuarenta mil veces. Y le sonreí.

   A veces pienso que sí, luego me escucho diciendo esto, y yo solo lo corroboro.

   ¿No serás el más gracioso de esta sala, no? -dije soltando una carcajada-.

   No sería tampoco muy mala idea, podríamos experimentar fuera de aquí...

   -solté una leve carcajada-. Sí. Qué, ¿querías compartirla conmigo?

   Noche loca, ¡eh!

   ¿Tanto se me notan? -mi cara de preocupación exaltaba-.

   Eh, ¿y esas ojeras? -me preguntó en tono burlesco-.

No podía evitar sonreírle como muestra del gran cariño al que me veo sometida por él. Sus manos se deslizaban sobre mi cara, bajaban con el suave tacto de una ligerísima pluma hasta alcanzar el lugar donde mi cuerpo ansiaba que debían estar, posadas sobre mi cintura encontraba la sensación de bienestar. Sonreímos. Nuestras miradas impactaron desde la lejanía de esta enorme sala.

                                                                                                                                    


Mi zona de confort me acurrucaba, sus dulces dedos empalagaban mi figura, y lo peor de todo esto, es que me encantaba empacharme de ellos, jamás era suficiente. Sentí esa sensación de respiración entrecortada.

   Eres increíble -me susurró-.

Dormíamos, era genial, pero lo alucinante de este trance fue lo que llegó a continuación: los ronquidos se transformaron en gemidos que no podía sobrellevar, el éxtasis se insertaba en nuestros cuerpos envolviéndonos de besos y gestos románticos, todo esto acabó en tonteo, mimos lentos llevados a cabo sobre nuestra cama.

                                                                                                                                    

   Oye, ¿te pasaba conmigo algo en análisis?


Mis manos, como si de un campos gravitatorio se tratara, colisionaban con las suyas. Mis nervios se agrandaban al correr el tiempo, la incertidumbre anteponiéndose en mi mente. Mis ojos cerrados, y por el contexto quiero presuponer que los suyos estaban en la misma condición. Nuestros labios separados hasta que finalmente se engancharon. Pude sentir que nunca, nunca en mi corta vida, no había sentido nada así. Ni siquiera sabía si podía dominar la respiración, se escapaba de mi mente, en cualquier momento sentía que dejaba de hacerlo, pero, de todas maneras, sentía que él era el único oxígeno que debería alimentar todas y cada una de mis células. Nuestras bocas separadas, iniciaron el terrible juego del "adivina quien va a dar el paso...",  mi desasosiego fue aumentando hasta dar paso a la inseguridad:

   ¿Y si no quiere... y si no quiere tener nada conmigo? -pensé entristecida-.

Seguíamos sentados en un banco, roído por los graffitis de esos adolescentes que buscaban llamar la atención de los presentes en el banco. El silencio ocupó todo nuestro espacio.

   Vale. -contesté tratando de ser lo más borde posible-.

   Déjalo. -su cara me coaccionaba-.

   -¿y si no era nada, por qué a mí tanto me importaba?- Ehh, ¡ahora me lo dices! ¡No me dejes así! -trataba de exponer mi más cálida sonrisa para que se sintiera arropado-.

   Nada, no importa -secamente añadió-.

   Y entonces, ¿qué es? -mi oída esperaba escuchar esas palabras "te quiero", pero mi mente trataba de controlar los nervios y callar lo que siento-.

   No es eso... -sus brazos ignoraron mi cuerpo, dando lugar a su cabeza agachada que no dejaba de sentirse atraída a mirar al suelo-.

   ¿Por qué no, es que te vas a sonrojar? -de hecho más no podía estar-.

   Calla, no me digas eso -su cara más roja que un tomate-.

   Bueno, yo creo que riendo estas más guapo -solté avergonzadamente-.

   -su mirada me exigía que retirase esas palabras-. No sé si reírme o llorar por el comentario que acabas de hacer...

   -le devolví la sonrisa inconscientemente-. Explica de manera muy extraña, pero es un crack componiendo. Seguramente en el futuro vaya hasta por encima de Bach.

   Si te sirve de consuelo, en lo que llevamos de curso, no he pillado ni una explicación del profesor -sonrió-.

   Bueno, y muchos días más -respondí avergonzada por lo que él pudiera opinar-.

   ¿Sólo hoy? -añadió riéndose-.

   Sí, la verdad es que no he entendido nada hoy. -mi cuerpo se relajó-.

   Vaya clase de análisis, eh

Hasta que su boca se acercó a mi oreja. Sentí que me iba a dar un maldito paro cardíaco. A medida que avanzaba la tarde, mis nervios no cesaban, sus brazos daban calor a mi cuerpo, abrazados en un banco.

-su mirada revelaba que no le hacía ni puta gracia lo de "señor"-. Hasta que nos sentamos.

   Me parece bien, señor mío. -en los bancos siempre ocurren los besos... a lo mejor he visto demasiadas películas americanas-.

   ¿Quieres que nos sentemos en este banco, señorita bonita? -felizmente cortó nuestro paso ligero-.

Pegados seguíamos caminando, manteniendo una absurda charla, hasta que...

Mi mirada le puso mala cara.

-me la quitó de las manos-.

   No hace falta, de verdad -dije con ganas de que me la llevara-.

   Venga, que no me importa, ¡no desaproveches esta oportunidad!

   Ay, da igual

   ¿Quieres que te lleve la guitarra? -me dijo-.

No sabía por qué ni cómo, pero nuestros pies se pusieron de acuerdo en ir al unísono y comenzamos a caminar, ¿hacia dónde? No sé. Yo confiaba en que él lo sabría.

   Calla -añadí pegándole en el brazo-.

   Uy, que mal está mentir

   A veces lo dudo -le guiñé el ojo-.

   Pero, ¡me quieres!

   -le ignoré tras varios segundos hasta que...- Eres completamente subnormal -le dije-.

   Sí, por supuesto -cogió su móvil y me llamó por teléfono-.

   Oye, que no soy un perro, ¿me podrías llamar mejor?

   ¡¡Eh!! -chillándome repitiendo mi nombre- ¡¡espérame!!

Salí por la puerta apresuradamente (síntoma de cabreo) hasta que después y me despedí de todas las personas que se encontraban por los pasillos. Menos de él. A él sólo lo había visto en análisis, y lo he visto más distante. Estaba revuelta interiormente, me importaba tanto que sólo tenía ganas de llorar, e incluso me preguntaba si le pasaba algo conmigo. La última en salir por la puerta de análisis fui yo, y la clase estaba a punto de empezar. Ya analizada la partitura ocurría lo de siempre:

Llevamos a cabo otra disputa.

   Bueno, ¿y bien? ¿Cómo resumiríais esta obra?

   -mi niña interior sólo pensaba en: "jódete, subnormal", pero solamente me limité a sonreír-.

   Eh, pues tienes razón.

   -lo ignoré parcialmente- Pienso que la exposición termina en el compás 24, ya que ahí empieza el tema A pero modulado en la m, pero no tiene nada que ver el bajo con el tema A, y después de ahí inserta un nuevo tema que no se ha dado todavía y no tiene nada que ver, que es a partir del compás 30.

   Bah -escuché de fondo-.

   Yo. -dije orgullosamente-.

   Bueno, pues entonces, ¿alguien tiene otra versión sobre la obra?

   Nada -añadieron de fondo mis compañeros-.

   Eh, ¿qué está pasando? -logró decir incrédulo el profesor-.

Algo de fondo me animaba, pronunciaba mi nombre y ridiculizaba al de mi compañero estúpido.

   -gilipollas, pensé- Mira, ¡que te den! -mi tono se había elevado más de lo que yo quería-.

   -la mirada del niño se dirigió hacia mi sien- ¿¿¿Ves???

   Sí, está bien.

   Bueno, como anteriormente he dicho, la exposición va del 1 al 34, el desarrollo del 34 al 46, y la reexposición del 46 al 60. ¿A qué es así? -argumentó el niño repelente-.

   ¿Y bien? -dijo soberbiamente el profesor-.

Mientras tanto le otorgó 5 min para acabar.

   ¡¡Estás tardando en acabar la partitura!! -le ordenó-.

   Es que... lo demás no lo tengo... -su cara se ruborizó de inmediato-.

   Dime, ¿y lo demás qué? -añadió el profesor-.

   ¿A qué la exposición va desde el primer compás hasta el 24? -dijo el compañero con el que inicié el debate-.

   Venga, pero decidme vosotros que pensáis primero.

   Profe, ¿podemos corregir ya la partitura? -se dirigió hacia mi profesor un alumno-.

   Pero es que ahí modula y empieza un tema nuevo que no tiene nada que ver con lo anterior. -dije calmadamente-.

   A ver, joder, que ¡¡la exposición acaba en el compás 34!!

Acabó la clase y entonces entré por la puerta. Mucho más tarde me encontré con él, y le sonreí. Él no lo hizo. Simplemente quería pensar que no me había visto.

                                                                                                                                    

Hasta que me pegó, y la profesora de solfeo nos separó.


   Pues me da igual porque me caes mal -dije dándole un codazo-.

   Pues cuando pasen lista me enteraré de como te llamas, ¡¡y te taparé los oídos para que tú no sepas como me llamo yo!!

   No quiero -haciendo muecas le contesté-.

   ¡¡Qué mala eres!! ¡¡Dímelo!!

   Ahhh, ¡¡adivínalo tú!! -me caía mal este niño-.

   Hola, ¿cómo te llamas?

Entré a clase, hoy tocaba ya la primera. Tenía miedo por no hacer amigos.

Mi felicidad salía desprendida a presión por cada uno de mis poros. ¡Iba a tocar instrumentos! Más adelante tendría la charla que decantaría lo que tocaría, ¡estaba tan nerviosa!

   Vale pues ya está, está relleno, vamos a hablar con la secretaria para que tome tu inscripción al centro -tiempo atrás yo no sabía que esta secretaria iba a ser tan importante para mí. Fue mi profesora durante muchos años-.

   La flauta -dije creyendo que tocaría tres instrumentos-.

   ¿Y de tercero?

   Vaaaale, pero también quiero tocar el piano, así que ponlo de segundo.

   ¿Entonces ponemos guitarra de primer instrumento?

   Ah, también. -convencida respondí-.

   ¿Y no la guitarra?

   Pero es que yo quiero tocar el clarinete!!

   ¿Y qué tal la guitarra?

   La flauta entonces -dije exasperada-.

   Pero luego te vas a arrepentir, no vas a querer hacerlo, mira a ver otros instrumentos.

   El clarinete, mamá

   ¿Qué quieres tocar hija?

Llevaba tiempo pensando en tocar algún instrumento porque después de esto tuve que dejar Ballet, ya no sentía nada, sólo me sentía ridícula. Era una niña de 6 años que temía a la vida porque esta se aproximaba.

Llegué a mi casa. Cogida de la mano de mi madre dejaba a un lado "parvulitos". Luego, las clases terminaron, y aprendimos a leer. Yo lo hacía bastante bien. De hecho, recuerdo que antes sabía leer muy bien y me gustaba bastante. 

Mis días a partir de aquí se basaron en jugar, en ocupar mi tiempo en ser libre, en hacer todo lo que se me pasa por la cabeza. Ver dibujos, dormir, ir al colegio, pintar, daba igual el orden de los factores, esto nunca alteraba el producto. La verdad es que, mis monótonos días, me gustan. Soy bastante feliz a medida que iba creciendo, pero el antítesis ocurrió: me estaba haciendo más pequeña de estatura, y con ella, mis recuerdos. Me cuesta recordar todo lo que había hecho anteriormente, me cuesta recordar todos mis conocimientos y poderlos aplicar a la vida práctica. 

Hasta que apareció y se fugó alguien en mi vida.

Mi hermano y madre, sufriendo se encontraban. Sufriendo se fue. Yo no recordaba bien como era ese sentimiento, pero sabía que anteriormente lo había padecido, así que sentí como si pudiera sentir algo por esa persona, tal vez, empatía, que acabó siendo dolor. No sabía que estaba ocurriendo realmente, pero estaba llorando. Yo estaba llorando. Sus ojos cerrados me marcaron por una pequeña eternidad. Más tarde, aliviada, se pudieron abrir. Yo no sabía que prefería, si era mejor que los mantuviera cerrados como síntoma de alivio y elixir del dolor o que los mantuviera abiertos y presente el dolor. De todas formas, esa persona me importaba. No sabía por qué ni cómo. Pero yo sentía amor hacia ella. 

A medida que el reloj avanzaba, podía sentir más punzante su dolor, dolor que compartía con todos los que conformábamos esta sala. Mi madre, derrumbada en su lecho, lloraba, rogaba, porque la muerte se detuviera y hoy no tuviera una víctima más, pero yo no sabía muy bien que era la "muerte". Mi madre solía decir, que cuando la muerte te acoge, vas a un paraíso donde las nubes son de algodón y en ellas posan casitas hechas de cristal donde la gente vive muy bien. A veces miraba al cielo para ver si veía algo, pero las casitas se ocultan muy bien. Pero yo no quería que esta persona fuera al cielo, aunque sonara un poco egoísta, yo quería que se quedase un ratito más. 

Urgentemente le ingresaron, yo no sabía que pasaba, pero el silencio se agitaba con sus chillidos, chillidos cada vez más rasgados.

El coche iba demasiado rápido. Esta vez mi madre no me había dicho que me pusiera el cinturón, pero, por una vez en mi vida, lo hice solita porque quería sentirme orgullosa. A toda prisa entramos en el coche, él, mi madre, mi hermano y yo. 

Mi madre salió de la habitación a toda prisa cargando con él. Después yo estaba dormida, abrazada a él. De pronto se hizo la hora de la siesta y él y yo decidimos acostarnos. 


                                                                                                                                    


Mi memoria a corto y largo plazo a partir de aquí no era muy estable. Sólo recuerdo, sólo recuerdo que sé hablar, menos articuladamente, pero hablar sé.

Hasta que después de dos años, en un quirófano me encontraba, encharcada de sangre, llorando como si no hubiese mañana por tomar mi último contacto de aire con el mundo exterior. Me daba algo de pena, pero no era tampoco para llorar inundando los oídos de todo expectante en esa sala. 

Al siguiente mes, la enorme barriga de mi madre era un buen sitio para vivir. Tenía todo lo que quería, comida gratuita, podía dormir sin normas y el tiempo que quisiera, podía enfadarme y golpear toooodo que nadie me iba a decir nada. No me aburría, porque perdí la noción del tiempo, ni siquiera me acuerdo de que había vivido en el segundo anterior.

Cada mes que pasaba, mis órganos se iban atrofiando, como era normal en mí, no entendía porque, pero me veía más pequeña. Bueno, en realidad, no me veía. Ya no veía nada. 

Hasta que pude ganar una competición, gané, y sé que a mí me encantaba hacerlo, me despedí de todo el organismo, y de ser un parásito para mi madre, ganando la carrera más crucial de mi vida, pude alcanzar a todos mis oponentes, y más orgullosa de mí que sabía que eran bastantes, pero la verdad es que no me dio tiempo ni a mirar hacia atrás. 


A quien ha llegado al final, muchísimas gracias. Sois amor. Si os ha gustado, difundirla por todas vuestras redes sociales, y dadle un me gusta, o un +1 (?). Me ayudaría muchísimo. Reitero: ¡muchas gracias!




viernes, 1 de enero de 2016

Dulce y frío invierno.


              Es una sensación que solo se consigue durante esa estación. Respirar el aire frío y húmedo es un de las cosas que más me gustan del invierno.

             Las calles se tiñen de un color gris. Un manto de silencio cubre toda la ciudad, ni los pájaros cantan, ni los grillos se escuchan, ni la gente caminar, ni el río fluir. Sólo de vez en cuando el sonido de una gran campana, vieja y oxidada, de la iglesia del pueblo. Las nubes bajan, y forman una densa niebla que impide ver con claridad el medio que te rodea. El viento húmedo pasea por todo el lugar, penetrando en todos los rincones, llenando de frío hasta la última esquina de una desierta calle. Te produce una sensación muy especial cuando roza suavemente tu cara con su tacto de hielo, o te irrita la piel de las manos con su gélido aliento. En el final de la calle, una panadería sigue abierta. El humo caliente que sale de su alta chimenea de madera se funde con el viento helado, creando un remolino de vapor blanco que sube y sube, fusionándose con las nubes. El sonido que producen mis botas al chocar con el suelo es seco, pues una fina capa de hielo cubre el asfalto. El cielo está totalmente cubierto por una enorme capa de nubes grises. Tan densa es que no permite saber dónde está el sol. tan densa es que sume a la ciudad en una continua y fría noche. La alta y lejana sierra está coronada de la más blanca nieve que he visto nunca. Las plantas hibernan, volviéndose negras como el carbón, las hojas de los árboles más altos junto al parque están tiradas y congeladas en el suelo, y todos los animales se esconden en sus madrigueras.


         Qué placer siento al percibir todos los estímulos que me otorga este dulce y frío invierno. Paseo por la calle sin rumbo fijo, observando cada lugar que mis ojos llegan a alcanzar, observando el triste y desolador páramo de este pueblo sumido en el pueblo. Me llena de alegría sentir este sentimiento de tristeza que incorpora el invierno en las calles. Me encanta ser abrazado fuertemente por este dulce y frío invierno.