domingo, 21 de febrero de 2016

Mentiras de jarabe.

¿Recuerdas ese día que alzaste la mano por qué sabías qué quería decir Bécquer sobre esas oscuras golondrinas y tu profesor lo refutó argumentándote que tú no tenías razón? En tu interior, la incertidumbre fue ocupada por esa cortante humillación. En ese momento, según tu temperamento, decides optar entre:
  1. Ser orgulloso y pensar que algo de razón tienes 
  2. Que tu profesor/a se equivoca (ligada a la primera reacción).
  3. Cederle la razón.
Y si por algún casual tu valor se posa ante tu brazo y logra alzarlo para preguntar: "¿por qué?" ese mismo profesor intentará comerte el tarro con su razón absoluta sobre el significado de ese poema, tal y como lo estudió en su prestigiosa universidad. 

Bueno. Está claro que hay cosas que caen sobre su propio peso, digamos que esas son las objetivas (aunque todo lo objetivo acabe siendo preso de la subjetividad), las más visuales, en las que todos coincidimos. En medio de una descripción de una casa, por ejemplo:

        Las cortinas son rojas. 

Ese pedante profesor puede añadir: "oh, son rojas por el sufrimiento que padece el autor, es simbólico", y tú pensar: "son sólo unas cortinas.". Quizá él tenga razón, pero yo apostaría a que no. A no ser que más posteriormente el autor se centre en esas estúpidas cortinas. 

Volviendo al tema. Estoy cansada de esos profesores caciques que se centran en enseñar lo que sus sentidos les muestran, lo que sus maestros les impartieron. Estas personas jamás van a poder saber lo que realmente quería transmitir Cervantes con su gran ingenioso hidalgo de la Mancha, jamás podrán saber lo que el seudónimo de Fernando de Rojas quería ocultar, ni su Celestina mostrar. Porque jamás vais a poder entender una interpretación de cualquier autor fallecido sin antes poder preguntarle, y, me dan igual los indicios que hayan para poder justificar las teorías, porque, esas teorías se quedarán siempre en lo que son, teorías in-aprobadas. 

El esplendor de mi hartura se encuentra en la poesía, la subjetividad, reina de este género. Todo mucho más impredecible, imposible entablar convenio sobre las interpretaciones. Romance Sonámbulo, ese tal "verde que te quiero verde" del maravilloso simbólico García Lorca al que la sociedad no supo valorar. Cuántas interpretaciones habré escuchado atentamente, y, muchas semejantes, muchas otras contradictorias, otras antónimas totalmente, y, ese profesor aún queriendo tener la razón absoluta e imponerla a la fuerza en tu mente, para que la tuya, llena de creatividad salga disparada atrofiándose contra el suelo, sin posibilidad de regeneración

Os juro que existe una teoría donde habla sobre los 3 tipos de profesores, pero no puedo daros fuentes de información porque no encuentro nada sobre ello en internet, así que, como si de un dogma de fe se tratara, creedme. Existen 3 tipos de profesores relacionados con la interpretación:
  1. Los ignorantes sobre la diversidad de la interpretación. 
  2. Los que lo saben pero aun así quieren defender lo indefendible.
  3. Y los que son conscientes de que las interpretaciones no son dignas de seguirlas como este dogma de fe, el cual confiáis que es riguroso, y permiten escuchar múltiples interpretaciones. 
Sobre el segundo tipo, aquel cegado y plomo profesor, muy probable que sufra un problema de inferioridad queriendo impartir su enseñanza absolutista de manera empírica, matemáticamente para querer sentirse a la altura y que sus alumnos puedan sentirse igual que en su interior. Desde el más debido respeto, preguntarle siempre el por qué. Por qué tú, querido lector, no tienes algo de razón sobre tu interpretación y la suya es la más válida. Probablemente la conversación terminará en: "Vamos a ver, aquí quién es el licenciado", y tú frustrado, sin saber que responder, debes saber que un trozo de papel que demuestre que a sus 25 años sabía muchísima literatura, ha memorizado varios fragmentos de libros, ha desgastado muchísimos bolígrafos BIC que a consecuencia le otorgaron la licenciatura, no quiere decir que su punto de mira sea el más adecuado, y eso, hasta el mismo profesor lo tiene que saber. Pero, para esos profesores, pensativos de su superioridad, el factor azar ha actuado aquí. No tenemos culpa de estar ahora en pupitres, y vosotros alzados impartiendo clases 0 creativas, podríamos ser nosotros quienes estuviésemos escribiendo en la pizarra sintaxis para analizarla, y vosotros siendo los analíticos. 

Dejad volar vuestra imaginación y que nadie, absolutamente nadie, os cuestione vuestro poder imaginativo dejando abierta la puerta de "pérdida de autoestima", todo lo que provenga de tu mente es válido artísticamente hablando, tenedlo en cuenta.

Para finalizar dejaré una frase célebre del gran Dámaso Alonso:

“El estudio de la poesía -es decir, del arte verdadero- tiene que empezar por una intuición y terminar con una intuición.”




¿Estáis de acuerdo? ¿Discrepáis? Aportad vuestro comentario, me encantaría poder leerlos y poder compartir y nutrirme de nuevas opiniones. Como siempre, ¡gracias por leer!

domingo, 14 de febrero de 2016

Claro de Luna.




        La noche es fría. Todo está en silencio. Hay tanto silencio que puedo oír cómo los árboles crecen, cómo el viento llora. El bosque es oscuro e inhóspito. Los árboles de corteza dura y grisacea coronan la hierba y las flores, que se cierran en la noche. Las copas de los árboles tienen nieve, pero es tan tupido y frondoso el bosque que en el suelo no hay ni rastro de ella. La luna alumbra a lo lejos un lugar que puedo vislumbrar difícilmente. Me dirijo ahí torpemente, pues la abundancia de malas hierbas y raíces de árboles en el suelo me hace tropezar varias veces. Atravieso un grupo de arbustos y entro al claro. Era como de unos cinco metros de radio, el rocía de muchas rosas blancas era iluminado por la fuerte luz de la luna llena. Las ramas de los árboles de la periferia se entrelazaban entre sí, creando una cúpula de hojas que envolvía todo el claro. En el centro destacaba algo. Era un árbol muerto. Sus ramas, negras y quebradizas, rascaban el cielo ásperamente, y su tronco se inclinaba ligeramente a la derecha. Su corteza se caía por momentos, ocultándose para siempre en la alta hierba. Sin embargo, ese árbol tenía algo que contrastaba con él. En la más alta de sus viejas ramas, había una manzana. Era una manzana perfecta, de un color rojo intenso y uniforme, sin ningún tipo de pureza o imperfección. Un rayo de luna que era filtrada por una rama lejana iluminaba justo a la manzana, el punto más alto del claro. aparentando en ella una porte majestuosa e impoluta. Mis manos, llenas de ampollas, cogen el tosco tronco y empiezo a escalar el árbol, haciéndome múltiples magulladuras y rompiendo las ramas que iba tocando. Una de ellas se cayó antes de que yo la tocase, y me arañó el rostro, de tal manera que un hilo de sangre caía hasta la comisura de mis labios. Ya estaba ahí, ya la tenía. no faltaba nada. Cojo la manzana y una sensación de frescura y alegría me recorre el cuerpo. Allí mismo la muerdo, creando un profundo boquete en ella. La manzana se llena de mi sangre. Un fuerte dolor me entra en la cabeza. Tan fuerte era que se me nubla totalmente la vista, y no sé dónde es arriba y dónde abajo. Caigo por el árbol, chocándome e hiriéndome con las ramas. Ya en el suelo, sin poder mover nada, empiezo a pensar en lo fácil que habría sido no coger esa manzana, en dejarla ir y haber ignorado el claro. Pero no, lo hice, la mordí. <Qué paradoja> Pensaba yo. <Siempre lo más bonito es lo que más daño nos hace, la curiosidad mató al gato, y esta bella manzana, lo hizo conmigo.> Mis manos dejan de sujetar la manzana, que, todavía manchada de sangre, rueda por la hierba, iluminada por la luz de la luna, acariciada por el viento que lloraba mi muerte.