El calor de la estufa me hacía soportar este gélido invierno. El olor de nochebuena llegaba a mi olfato en forma de carne hecha, empacho a mi estómago. Mi cabeza revuelta, y no sólo de escuchar los fogones funcionando toda la mañana, va más allá que eso. El problema es que en estas épocas todo lo que has aprendido se remonta en expresarlo en una cena, sacar los conocimientos que conforman tu persona para hacerles saber a tu familia que tú mereces la pena. Después de esto, viene la inseguridad de no sentirte suficiente, de no sentirte a la altura, sentirte diminuta. Este sentimiento viene dado con la oleada de preguntas que a desgana siempre contestamos dejándonos arrastrar por ésta, viéndonos hasta el cuello por el nivel del mar. Luego llega tu abuela para hincharte los mofletes a base de besos y de nuevo puedo flotar.
El calor de la estufa desaparece, pero el calor sigue estando presente en el aura de tu familia, siendo lo que somos, Familia. Las controversias, las discrepancias, las discursiones, se exilian a otro lado (posiblemente al verano) y dejan paso a la genética que brilla y alumbra con esplendor dando como resultado risas a causa del increíble parentesco, ayudan a encender nuestra bombilla pensando “wow, creía que no tenían nada en común conmigo...”. Y para finalizar, me encanta embriagarme esta noche y amanecer con resaca sobre mis mofletes y estómago, vuelve el pensamiento: “oh dios, si lo llego a saber hubiese cerrado mi boca y mi mente para no haberme reído tanto”, porque, por una vez, esto es lo más semejante a volver a ser crío, de poder ver todo como algo nuevo, con ilusión, con mucha ilusión, poder sentirte acalorada en este gélido invierno que nos abraza.
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